Muy temprano, todas las mañanas, solía acompañar a su padre pescador, recorriendo la playa, para tomar la chalupa y salir a pescar.
Uno de esos días, le llamó la atención un enorme tronco de un árbol de mangle, colocado en la playa; el árbol era coco por dentro y de una contextura firme.
Esa noche tuvo un sueño muy especial: correteaban por dentro del árbol unos niños que reían y gritaban. De repente se formaron en fila india de frente al mar, vino una ola fuerte que los baño a todos, quedando sus figuras estilizadas y todos de la misma estatura. El primero de la fila se lanzó al mar y todos lo siguieron.
En el sueño, él los seguía y llegaron a un sitio llamado el paraíso, una zona coralina hermosa. Estas criaturas hacían allí figuras maravillosas, cogían los peces, jugaban con ellos.
Terminada la gimnasia marina, si así se pudiera llamar, cada uno de estos seres alados, tomó en sus manos un pez, una tortuga, una estrella marina, un caballito de mar y salieron en bandada hasta la orilla del mar; allí recobraron la figura humana y cada uno empezó a colocar sobre el árbol su animal como disecado.
Cuando se despertó no entendía aquel sueño fantástico, volvió a la playa, contempló el árbol y se dijo voy a tallar sobre él, cada uno de los animales que ví en el sueño.
Un mes y tres días se demoró realizando esta obra que consideró original y fruto de una inspiración muy especial, donde pudo conjugar un realismo mágico para llamarla la leyenda de los Corales.