En medio del bosque había una bandada de guacamayas que canturreaban alrededor de una choza; allí se escuchaba un llanto permanente.
Una mañana muy soleada, por cierto, algunas de ellas fueron entrando a ese pequeño lugar; cuanto graznido hubo de parte de ellas, encontraron a una pequeña niña que lloraba; su llanto era como un lamento interminable.
La niña tiritaba de frío a pesar de ser un clima cálido, las guacamayas se miraron y cada una se fue arrancando una pluma cubriendo el cuerpecito frágil de la niña, de inmediato ella sonrió. Seguidamente dos guacamayas salieron en busca de alimento.
Durante muchos días se observó el peregrinaje de las guacamayas a la casa de la niña. Cuentan las historias que esa zona boscosa era muy peligrosa, estaba habitada por la guerrilla y según parece, esta gente había matado a los padres del bebé. La niña fue creciendo y era muy hermosa; su cuerpo había adoptado muy bien el plumaje de las guacamayas, más aún, aprendió a volar por el cielo azul, haciendo los mismos recorridos que sus amigas las guacamayas.
Un día en uno de esos vuelos divisó un campamento de la guerrilla, se acercó hasta él y en tono muy dulce les dijo: señores guerrilleros, soy sobreviviente de las injusticias que ustedes cometen, ustedes mataron a mis padres, humildes campesinos. Por favor respeten la vida, la vida es sagrada. No secuestren, respeten la libertad, no hagan daño a la gente, no pongan minas antipersonal, los más perjudicados siempre son los niños y los militares. De pronto se oyeron unos tiros y la bandada de guacamayas voló, y voló refugiándose en el bosque. Un día cualquiera, cuando todas cantaban y danzaban, la niña guacamaya, como se le llamaba, emprendió el vuelo hacia la inmensidad, buscando a sus padres que están en el cielo.